jueves, 23 de febrero de 2017

Tareck El Aissami - Carta en el NYT

Piden jueces imparciales, lo mismo que niegan a todos los venezolanos. Piden el debido proceso, lo mismo que niegan a todos los venezolanos.


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jueves, 16 de febrero de 2017

Maduro y su combo: DESALOJO YA!

Dictaduras, elecciones y transición
Antonio Sánchez García
@Sangarccs

14 DE FEBRERO DE 2017
Esta oposición electoralista y dialoguera llegó a su llegadero. Su impotencia es un hecho consumado. Estamos en medio de un vacío de poder y en plena crisis y estado de excepción. Llegó la hora de que las fuerzas que representan el sentir mayoritario del país superen sus propias inhibiciones y se unan en un frente de resistencia nacional con una sola consigna: ¡Desalojo ya! 
A Leopoldo López.
Ni la de Cipriano Castro, dictadura travestida de revolución libertadora, salió por elecciones, ni la de de Gómez, que luego de traicionarlo gobernó durante 27 años hasta salir del poder de muerte natural. Tampoco la de Pérez Jiménez, cuyo derrocamiento y destierro celebramos por estos días. Dos impecables democracias, en cambio, fueron violentamente desalojadas por regímenes dictatoriales: la de Rómulo Gallegos en 1948 y la inaugurada con el Pacto de Puntofijo y la clamorosa victoria de Rómulo Betancourt, defenestrada aviesa y turbiamente, mediante un golpe en cámara lenta que ha tardado 25 años en venir a escorarse en esta crisis humanitaria, con el estúpido e incomprensible consentimiento cívico militar golpista y la complacencia de las élites a partir del 4 de febrero de 1992.
Por eso mismo, para demostrar que una dictadura venezolana sí puede ser desalojada pacífica, constitucional, democráticamente, lo que no fue el caso en ninguna de las dos dictaduras del siglo XX, uno de los protagonistas de la decadencia política de la democracia liberal, Eduardo Fernández, se haya visto obligado a viajar hasta Polonia para dar con la prueba de su acomodaticia teoría.
Sin embargo, en una argumentación que bordea el absurdo, da simultáneamente las razones por las cuales su teoría pierde todo peso. La dictadura de Jaruselsky, que habría desaparecido del mapa por elecciones como las que la oposición electorera venezolana lleva casi dos décadas intentando, inútilmente por cierto, pues o las pierde o se las roban, había perdido todo respaldo de poder real: la oposición había tomado la calle insurreccional, masiva, explosivamente bajo el liderazgo del líder metalúrgico Lech Walesa; el Muro de Berlín había sido derrumbado por las masas insurrectas de la Alemania comunista en alianza con los sectores contestatarios de Berlín occidental, herederos de años de combates contra su propio establecimiento y todo ello no hubiera sido posible sin la implosión de la Unión Soviética y su Pacto de Varsovia, acorralados por la sabia, lúcida e inteligente “guerra de las galaxias” comandada por Ronald Reagan.
Como para terminar de poner la guinda en la insurrección democrática de Gdansk, Lech Walesa y los obreros portuarios, un sacerdote polaco, visceralmente anticomunista y antidictatorial, que conocía hasta el detalle las artes totalitarias de la sedicente República Popular y Democrática de Polonia, ascendió al papado bajo el nombre de Juan Pablo II. Por cierto, políticamente situado en las antípodas del argentino Jorge Bergoglio y cuyo nombramiento, en lugar de constituir un espaldarazo al populismo fue una clara señal de guerra a muerte contra el comunismo soviético.
Quiéranlo o no los electoralistas a todo trance, si alguna dictadura constituyente, como la venezolana, fue desalojada por votos, ya había sido desalojada por la multitudinaria, masiva e irrefrenable insurrección popular. Los votos no vinieron más que a confirmar los hechos: los dictadores estaban caídos.
Yo comprendo que Eduardo Fernández, que seguramente conoce el caso chileno mucho mejor y de fuente más directa que el distante caso polaco, prefiera, para justificar la bochornosa, oscura e impotente estrategia política de los partidos de la MUD, que la han llevado a la sepultura, inexorablemente condenada al fracaso si para poder votar debe renunciar a seguir el ejemplo de Lech Walesa, enfrentar frontalmente a la dictadura y poner a la masa contestataria en las calles, recordar sus tiempos de presidente de la Internacional Democratacristiana en Europa. Teniendo a mano el caso del plebiscito chileno que, efectivamente, sacó al tirano y su tiranía mediante un claro, límpido y transparente proceso electoral. Imagino que son dos las razones: la dictadura chilena no era una dictadura castrocomunista ni su naturaleza era constituyente, sino comisarial, ergo: imposible de ser comparada con la dictadura castro-comunista de Hugo Chávez, traspasada en andas de Raúl y Fidel Castro a un agente cubano de origen colombiano avecindado en Venezuela. Un apparatschik de los miles que conforman el Estado totalitario cubano o, siendo extranjeros, les sirven en el Foro de Sao Paulo, su Internacional Castrista. Tampoco los gobiernos de Lula-Dilma y de Néstor y Cristina Kirchner habían terminado de derivar a tortuosas dictaduras como la de Chávez-Maduro. La segunda es que la nonata dictadura castrocomunista de la Unidad Popular chilena fue asfixiada antes de que cogiera auténtico vuelo, no por elecciones, que muy posiblemente jamás hubiera sido destronada electoralmente, sino mediante un quirúrgico golpe de Estado llevado a cabo por unas coherentes, homogéneas y blindadas fuerzas armadas. ¿Cómo compararlas con las que asaltaron el poder en nuestro país para ponerlo al servicio de la tiranía cubana y el narcotráfico?
Tampoco la transición española viene al caso: Franco estaba muerto, el país, bajo el florecimiento del turismo a escala europea –la llamada industria sin chimeneas– había alcanzado un desarrollo exponencial, el país se enrumbaba a la modernidad de la globalización y desde los franquistas de Fraga Iribarne a los comunistas de Carrillo y la Pasionaria apostaban por la democracia. Con dos pesos pesados como para empujar la transición: Felipe González, por el Partido Socialista renovado y ya liberado del pesado fardo marxista, y Adolfo Suárez, por el Movimiento. ¿Comparables con los señores que presiden Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y el partido del señor Falcón? ¡Por favor!
Sobran los casos y sería absurdo exponerlos en una suerte de casuística transicional. Cada caso, como lo enseña la historia, es inédito. Pero lo que sí está claro y constituye una ley irrebatible de la política es que las elecciones, todas las elecciones, sean de la naturaleza que sean, están condenadas a no servir de nada si no subyace a ellas el acuerdo previo, esencial, existencial, tácito o explícito de los poderes fácticos y las partes en disputa por respetarlas como al Padre Santo. Y permitir que los poderes resultantes no sean castrados desde su propio nacimiento. Como fuera el caso de la Asamblea Nacional, convertida en un esperpento por obra y gracia de la justicia del horror. Un caso imposible de emular. Tal como lo establecieran Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt en el Pacto de Puntofijo. O Felipe González, el rey, Santiago Carrillo y Adolfo Suárez en el Pacto de la Moncloa. En Chile, ese acuerdo había sido aceptado por todos los protagonistas políticos, con excepción de Augusto Pinochet y los suyos. Pero ya estaban en franca minoría, no contaban con el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y constituían un estorbo para un país ansioso de paz, justicia, prosperidad y progreso. Vale decir: de democracia. Todo lo demás es cuento. ¿Comparables Augusto Pinochet y las fuerzas armadas chilenas con Vladimir Padrino y las Fuerzas Armadas Bolivarianas?
Esta oposición electoralista y dialoguera ya llegó a su llegadero. Su impotencia es un hecho consumado. Estamos en medio de un vacío de poder en pleno estado de excepción. Llegó la hora de que las fuerzas que representan el sentir mayoritario del país superen sus propias inhibiciones y se unan en un frente de resistencia nacional con una sola consigna: ¡Desalojo ya! O bajamos la santamaría.

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El Regimen Contra las Cuerdas

​La decisión del Departamento del Tesoro, en cambio, se sustenta en una típica jugada táctica de ganar ganando. Ha logrado soldar todas las diferencias que dividían a los republicanos, ansiosos por presenciar la caída de la dictadura venezolana y restaurada su tradición democrática. Ya felicitan a Donald Trump por la habilidosa movida, así él no tenga nada que hacer ante la absoluta autonomía de quienes decidieron las medidas contra Tarek El Aissami. 

EL RÉGIMEN CONTRA LAS CUERDAS
por Antonio Sánchez García
@sangarccs

​Maduro no es Fidel Castro. Si lo fuera – un supuesto negado digno de una película de ciencia ficción – ya hubiera hecho con El Aissami lo que Fidel Castro hiciera con Arnaldo Ochoa Sánchez: fusilarlo.  Habrá sido un pretexto del Caballo para librarse de la sombra de la Glasnot con que lo amenazaba Gorbachov desde Moscú a través de la carismática figura del Héroe de Ogadén, pero el hecho cierto es que pretextando los turbios negocios en que supuestamente andaba su máximo guerrero – migajas microscópicas comparadas con los tres mil millones de dólares que el Departamento del Tesoro le atribuye al vicepresidente de Venezuela – lo sometió a la farsa de un juicio horroroso, le prometió tratarlo con dulzura para que se sometiera como un colegial regañado a sus jueces – desalmados compañeros suyos en las guerrillas venecubanasde los años sesenta – y luego de obligarlo a hacerse una escandalosa, patética y vergonzante autocrítica – por la tv oficial, en vivo y en directo, para más completa humillación – fusilarlo sin más trámite. Por cierto junto a su íntimo Tony de la Guardia, uno de los cubanos que según dicen las malas lenguas se encontraba en La Moneda cuando el suicidio de Salvador Allende.
​Lo hizo matando varios pájaros de un tiro: le dio un cabillazo a la Casa Blanca, que tuvo que atragantarse con las acusaciones que acumulaba contra Castro por su tramoya narcotraficante; paró en seco el descontento que cundía en las filas de quienes regresaban del África alebrestando a las masas de hambrientos que comenzaban a sufrir el espanto del período especial, todos quienes respaldaban con fervor al líder que venció a todos los ejércitos mecanizados con los que se enfrentó en África, incluidas poderosas fuerzas sudafricanas. El descontento pueblo cubano tuvo que empacharse el horror de asistir a esa cruel y sangrienta tragicomedia. Y el Caballo salió del impasse, como siempre, en andas de la gloria. ¿Quién iba a atacarlo por haber fusilado no sólo a quien había faltado gravemente a la ética revolucionaria sino que, en el colmo de la coprofagia, había rogado que lo fusilaran “por traicionar al líder máximo faltándole el respeto a su revolución”?
​Pero ni Maduro es Fidel Castro, ni El Aissami es el valeroso y pundonoroso general Ochoa Sánchez ni esta cloaca se asemeja ni en años luz de distancia a la tiranía cubana. Por más siniestra, esclavista y hambreadora que ella sea.
​Tampoco puede considerarse el precedente sentado por la Casa Blanca cuando decidiera secuestrar in situ al general Noriega. Muy de machete al cinto, pero una vestal comparado con el alto funcionario sirio venezolano. Ni la Iglesia venezolana ni la Nunciatura se prestarían a servirle de refugio a quien ha caído de las máximas alturas del frágil y quebradizo aparato político venezolano a las honduras del desprecio político y mediático universal. No me imagino ni a los mayores lameculos de la izquierda universal – por ejemplo, Pablo Iglesias, o a los serviles secuaces del Foro y los partidos filocastristas del hemisferio -, rasgándose las vestiduras por quien ya se encuentra en el inalcanzable limbo del narcogansterismo planetario.
​La decisión del Departamento del Tesoro, en cambio, se sustenta en una típica jugada táctica de ganar ganando. Ha logrado soldar todas las diferencias que dividían a los republicanos, ansiosos por presenciar la caída de la dictadura venezolana y restaurada su tradición democrática. Ya felicitan a Donald Trump por la habilidosa movida, así él no tenga nada que hacer ante la absoluta autonomía de quienes decidieron las medidas contra Tarek El Aissami. Ha acallado el descontento de gran parte de la inmigración latina, que no le guarda la menor simpatía a la dictadura venezolana y su vicepresidente, pues comparten el rechazo de la sociedad norteamericano contra el ISIS y las fuerzas del terrorismo islámico con el que el vicepresidente supuestamente estaría emparentado. Y tiene perfecta conciencia de que castigando a la dictadura venezolana – y por esa vía dándole una bofetada impecable al régimen cubano – se granjea las simpatías de una opinión pública latinoamericana que le ha sido ampliamente adversa. Ni Obama ni Francisco I dirán esta boca es mía.
​Nicolás Maduro no ha tenido otra opción que atarse con alambres de espino al cadáver viviente de su lugar teniente. No es Fidel Castro. Raúl Castro no saldrá en defensa de quien carga con un sólido y pesado expediente largamente forjado pòr la DEA y los servicios de inteligencia norteamericanos. Y si la oposición venezolana no estuviera al nivel zoológico de los platelmintos, ya hubiera reaccionado con valentía, vigor y coraje. Tres atributos de los que carece absolutamente. Como que Julio Borges ha propuesta en la agenda del Capitolio tratar el tema de la basura.
​Se confirma una vez más el acierto de Max Hasting, el gran historiador inglés: como otras más descomunales del pasado europeo, en Venezuela se verifica la tragedia de una gran crisis en manos de unos liderazgos enanos.

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Maduro huye hacia adelante

  • Venezuela continúa hundiéndose. La barbarie no conoce límites. La única regla clara es que mañana siempre será peor que hoy. Lo demuestra el nombramiento de Tareck El Aissami, gobernador de Aragua, como primer vicepresidente del país. 
  • La información propagada en los mentideros venezolanos era que Irán financiaría el desastre venezolano, pero exigía a cambio que su hombre estuviera claramente en la línea de sucesión de un régimen que se tambaleaba. 
  • Eso quiere decir que continuará la corrupción porque, no sólo se trata de crear una oligarquía boliburguesa, sino también de atar fuertemente el sistema por medio de una cadena de complicidades delictivas.

Maduro huye hacia delante de la mano de Tareck El Aissami

Por Carlos Alberto Montaner - 6  de Enero del 2017

Venezuela continúa hundiéndose. La barbarie no conoce límites. La única regla clara es que mañana siempre será peor que hoy. Lo demuestra el nombramiento de Tareck El Aissami, gobernador de Aragua, como primer vicepresidente del país.
El periodista venezolano Antonio María Delgado, estudioso del tema, ha escrito en El Nuevo Herald que es una señal de que el “sector procastrista asume el control del chavismo, marcando el triunfo del marxismo radical procastrista sobre los militares nacionalistas”. Probablemente tiene razón, pero hay otras razones que las cuento al final de este artículo.
Si Maduro, que es de la misma cuerda ideológica, deja de ser presidente, lo sustituiría este siniestro personaje, sindicado como colaborador del narcoterrorismo islámico, según revela el experto Joseph Humire del SFC (Secure Free Society). Es como saber que, tras padecer lepra, ha comenzado a devorarnos el recto un cáncer terminal.
De acuerdo con el informe de Humire, el nombre de El Aissami como próximo hombre fuerte comenzó a circular tras la visita a Caracas de Hassan Rouani, presidente de Irán, en septiembre pasado. La información propagada en los mentideros venezolanos era que Irán financiaría el desastre venezolano, pero exigía a cambio que su hombre estuviera claramente en la línea de sucesión de un régimen que se tambaleaba. 
Para Raúl Castro es una jugada perfecta. El Aissami también es su hombre. Uno de sus hombres. La monogamia no es una conducta necesaria en este tipo de alianzas. Entre La Habana y Teherán no hay ninguna contradicción. ¿Qué importa que Cuba sea una dictadura comunista atea e Irán una teocracia convencida de que lleva a cabo los designios de Alá interpretados por su discípulo Mahoma?

Los une la lucha contra Estados Unidos, el Satán americano, contra Israel, contra los valores laicos y profanos de la democracia liberal, pérfidamente difundidos en el podrido mundillo occidental. ¿No aseguró Fidel Castro, en mayo del 2001, de visita oficial en Teherán, que Cuba e Irán pondrían de rodillas a Estados Unidos? De eso se trata.
El Aissami es un duro luchador, suficientemente fanático como para que Cuba, en su momento, se lo sugiriera a Chávez como Ministro del Interior, el organismo venezolano que otorga pasaportes y cédulas de identidad, una entidad clave en las labores de contrainteligencia, espina dorsal de este tipo de regímenes.
En esa condición, fue él quien ordenó se entregaran (por lo menos) 173 pasaportes y documentos de viaje venezolanos a miembros de Hezbollah, la organización terrorista creada y financiada por Irán en Líbano, madre patria de El Aissami. Mientras tanto, su primo, llamado Husam, con el mismo apellido, dirigía el consulado venezolano en Amman, Jordania, y lo ponía al servicio de las redes clandestinas de terroristas, de acuerdo con el persuasivo relato de Humire.
¿No es un error designar a semejante sujeto como vicepresidente de Venezuela? ¿No creará eso más alarma social nacional e internacional? No es un error. Se trata de una prueba contundente de que la cúpula chavista, impulsada por Cuba, ha optado por despojarse totalmente de la careta democrática.
Eso quiere decir que, llegado el momento, invocarán el sagrado nombre de Bolívar, declararán que los diputados de la oposición han traicionado a la patria, y disolverán la Asamblea Nacional.

  • Venezuela continúa hundiéndose. La barbarie no conoce límites. La única regla clara es que mañana siempre será peor que hoy. Lo demuestra el nombramiento de Tareck El Aissami, gobernador de Aragua, como primer vicepresidente del país.
  • Eso quiere decir que no habrá otras elecciones en las que los venezolanos puedan contarse porque eso del multipartidismo es una ordinariez contrarrevolucionaria.
  • Eso quiere decir que continuará la corrupción porque, no sólo se trata de crear una oligarquía boliburguesa, sino también de atar fuertemente el sistema por medio de una cadena de complicidades delictivas.
  • Maduro huye hacia delante. Preside un Estado fallido, quebrado, incapaz de mantener el monopolio de la violencia, porque el chavismo armó a cien mil maleantes que hoy controlan parcelas crecientes de autoridad en el país, y les dio una patente de corso para que actuaran al margen de la ley, lo que ha generado una sociedad también fallida, improductiva y desesperada, en la que han sido asesinadas decenas de miles de personas, y de la que escapa casi todo el que puede.

La función del dúo Maduro- El Aissami no es arreglar los problemas del país, porque no les interesa esa tarea, ni pueden, y ni siquiera saben cómo hacerla. El objetivo es proteger a la banda más importante, la de ellos, la que gestiona el narcoestado, y mantener fuera de la cárcel a los militares y civiles que han realizado mil fechorías amparados por “la revolución”.
Cuba e Irán, por su parte, continuarán esquilmando a Venezuela y poniéndole el hombro a la pareja. Mientras más repulsivo sea el chavismo, mejor para las metrópolis, porque sus clientes venezolanos no tendrán otra opción. No hay régimen lo suficientemente repugnante como para no merecer el abrazo revolucionario y antiimperialista. Sobre todo si tiene algunos petrodólares.

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