lunes, 17 de octubre de 2011

Steve Jobs - Unos dias antes de su muerte

Steve Jobs, alguien a quien imitar.


A Eddy González, el Gurú, el primer devoto que conocí de San Steve Jobs
Manuel Malaver
La Razón / ND 16 Octubre, 2011
San Steve Jobs

Leyendo una y otra vez el discurso pronunciado por, Steve Jobs, en la Universidad de Stanford el 12 de junio del 2005, he sentido que más que ante un genio de la tecnología, me encontraba frente a una de esas figuras que el cristianismo empezó a consagrar-y aun consagra-como santos, y nuestros tiempos laicos, agnósticos y desconfiados de las cosas de Dios, como maestros, profetas, magos o illuminati.
Títulos, unos y otros, que sugieren, pero no aciertan con ese toque de divinidad que brilla en los hechos de personas que no es que exhiben “algo especial”, sino “lo más especial”.
En Steve Jobs, en San Steve Jobs, “lo más especial” era no rendirse ante los obstáculos que impedían acercarse al logro de lo que había soñado, intuido o mentalizado, aun cuando nuevos y sonados fracasos pudieran conducirlo al final, a la línea después de la cual no había “más allá”.
Jobs lo sintió por primera a los 17 años, cuando tuvo que abandonar la Universidad de Reed luego de 6 meses de clases, al percibir “que todos los ahorros de mis padres, de clase trabajadora, los estaban gastando en mi matrícula”.
De modo que lo tenemos en 1972 (años de hipismo tardío) vagando sin rumbo, confundido con el “qué hacer con mi vida”, convencido de que la universidad “no lo ayudaría averiguarlo”, pero por alguna razón que nunca llegó a explicarse, “confiado en que las cosas saldrían bien”.
Caminando, trajinando, ramoneando, merodeando, Jobs pasa quizá los años más misteriosos y oscuros de su vida, aquellos de los que se dice viajó por India y regresó a Estados Unidos a experimentar con drogas, pero que él resume anotando que los pasó “como estudiante libre, sin la obligación de ir a clases que no le interesaban, y hurgando solo en las cosas que me parecían interesantes”.
“No era idílico” recuerda. “No tenía dormitorio, así que dormía en el suelo de las habitaciones de mis amigos, devolvía botellas de Coca Cola por los 5 céntimos del envase para conseguir dinero para comer, y caminaba más de 10 kilómetros los domingos por la noche para comer bien una vez por semana en el templo de los Hare Krisna”.
¿Qué encontró por los caminos? Pues hacer el curso de caligrafía en que descollaba la Universidad de Reed, “aprender cosas sobre el serif y tipografías sans serif, de espacios variables entre las letras, sobre lo que hace realmente grande a una tipografía”, que juzga, fueron decisivos cuando 10 años más tarde, junto con Stephen Wozniak, creó el primer computador personal que ya sabemos cambio la historia del conocimiento, de la epistemología, de una vez y para siempre.


Y una lección que dejó a los oyentes que lo seguían ese día en Stanford y a todos cuantos se acerquen a la conferencia y a su vida: “No trabajar fijándose en los resultados inmediatos, sino para crear puntos que puedan conectarse en el futuro”

Veamos como lo dice: “Lo diré otra vez: no puedes conectar puntos hacia el futuro, solo puedes hacerlo hacia atrás. Así que tenéis que confiar que los puntos se conectarán alguna vez hacia el futuro. Tienes que confiar en algo, tu instinto, el destino, la vida, el karma. Lo que sea”.


Y por ahí llegamos a 1984, año en que Steve, junto al ingeniero , Wozniak, lanza Macintosh, la primera computadora personal, porque era asequible a todos los públicos, no precisaba de conocimientos de informática para manejarla, e introdujo el mouse para acceder a las múltiples funciones que se ofrecen desde los íconos del monitor.

Un milagro, más que un invento, pues ahora Apple, la empresa que Steve y Wozniak habían creado en el garaje de los padres de Steve 10 años antes, rápidamente pasó a tener 4000 empleados y una valoración en bolsa de 2.000 millones de dólares.


Y aquí sigue la segunda caída de Jobs, pues angustiado por la competencia que le estaba lanzando IBM, contrata a un empresario de la vieja guardia, John Sculley, para poner orden en el éxito, pero lo que hace el recién llegado es entrar en conflicto con Jobs, lo acusa de “tirano carismático” y al final, en 1985, logró una mayoría en la Junta Directiva que lo saca de la empresa, de “mi propia empresa”.

Así que, con 30 años, y luego de crear la primera PC de la historia, de tener 4000 empleados y una empresa valorada 2000 millones de dólares, tenemos a Jobs otra vez en la calle, vagando sin rumbo conocido, y tratando de que, al menos, las nacientes empresas de computación vean su curriculum y lo contraten.


“Pero algo comenzó a abrirse en mí” cuenta Jobs, “aún amaba lo que hacía. El resultado de los acontecimientos no me había cambiado ni un ápice. Había sido rechazado, pero aún estaba enamorado. Así que decidí comenzar de nuevo. No lo vi así entonces, pero resultó que el que me echaran de Apple, fue lo mejor que pudo haberme pasado en la vida”.

Jobs funda entonces, NeXT, y Pixar, para crear los primeros dibujos animados por computación de la historia del cine, y con producciones como “Toy Story” y “Bichos” pasa a la industria del entretenimiento que, si bien no es tan trascendente y creativa como la computación, si halaga por lo rentable y lo popular.


Pero son años, casi 10, en que nace la Internet, la computadoras crecen o cambian en funcionalidad, convertibilidad y utilidad y Jobs está lejos, fuera del mundo que creó y expandió, admitido como una legenda, pero sin inserción en las tormentas que pasan, destruyen, construyen y abren nuevos mundos.


El mismo mal que termina consumiendo a Apple, hundida en la rutina de los 80, asfixiada por competidores como Microsoft, al borde de la quiebra y de rodillas frente a su padre y gurú, para que, como los buenos padres y gurúes, acuda a la salvación de sus náufragos hijos o discípulos.
Y Jobs lo hace, catapultándose él y Apple con la creación de la serie iMac, sin duda la PC más rápida, versátil, mejor dotada, y con vocación de transcendencia de cuantas se han creado en la computación.
Cualquiera que como yo viva de escribir y sea un asiduo de salas de redacción de periódicos y revistas sabe de qué hablo, y mucho más, si le gusta pervertir sus ocios bajando músicas, películas, documentales, fotos insólitas, escritos arcaicos o mapas de tesoros que esconden la clave de la felicidad.Pero no se paró Jobs, y siguieron los iPod, los iTunes, los iPhone, y ahora la serie iPad, que es, “la revolución en la revolución”.
Podría pasar horas, semanas, meses, hablando de mi iPad, pero no, me está esperando en su rol de herramienta o juguete preferido, y de verdad, no tengo tiempo que perder
Son su testamento, o despedida, puesto que las concibe después de ser diagnosticado de cáncer de páncreas en junio del 2004 y sabe que la muerte, por cualquier futilidad inescrutable, vendrá pronto a tocarle la puerta.
Quiero citar algunas reflexiones de Steve sobre la que llama su “tercera caída”: “Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque prácticamente todo: las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso, se desvanecen frente a la muerte, dejando solo lo que es verdaderamente importante. Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder, Ya estás desnudo. No hay razón para no seguir tu corazón”.
Por último, quiero publicar el testimonio de Walter Isaacson, autor de Steve Jobs, biografía escrita con su colaboración y que aparecerá en español el 28 de octubre con el sello de la Editorial Debate:
“Hace unas semanas, visité a Jobs por última vez en su casa de Palo Alto. Se había trasladado a un dormitorio en el piso de abajo porque estaba demasiado débil para subir y bajar escaleras, y se retorcía con algunos dolores, pero su mente seguía siendo aguda y su humor vibrante. Hablamos de su infancia y me dio algunas fotografías de su padre y su familia para que las usase en mi biografía. Como escritor, yo estaba acostumbrado a ser imparcial, pero me sobrevino una oleada de tristeza cuando intentaba despedirme. Para enmascarar mi emoción, hice la única pregunta que todavía me desconcertaba. ¿Por qué se había mostrado tan ansioso, durante casi 50 entrevistas y conversaciones en el transcurso de dos años, por abrirse tanto para un libro cuando normalmente era tan discreto? “Quería que mis hijos me conociesen”, respondió. “No siempre estuve ahí para ellos y quería que supiesen por qué y que comprendiesen lo que hice”.
O sea, un Santo, el primer Santo de la religión de la metatecnología, o, quizá mejor, de la transtecnología.

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