MAX MARAMBIO: un viaje al fin de la noche
Antonio Sánchez García
MAX MARAMBIO: UN VIAJE AL FIN DE LA NOCHE
1 No es difícil imaginar a qué niveles de sangre fría, astucia, sagacidad y realismo empresarial se ha de llegar para alcanzar el insólito privilegio no sólo de hacer negocios con la nomenklatura militar de una tiranía como la cubana sino de acumular una vasta y poderosa fortuna y salir airoso de la prueba. Max Marambio, un chileno de origen humilde, nacido en 1947 en Santa Cruz, un pueblito del interior de la república, pobre en cultura y escaso en estudios académicos lo logró. Lo que constituye más que una proeza. Sobrevivir y triunfar en un mar infestado de tiburones como el generalato cubano sólo es posible mediante muy exclusivos atributos. Bert Brecht hablaba del largo cucharón que se requería para desayunar con el diablo. Marambio no sólo cuchareó con el demonio: engordó en el intento.
No sólo un cucharón. Según cuenta Norberto Fuentes, uno de los más acuciosos conocedores de las intrigas, vida y milagros palaciegos, Marambio cayó en La Habana en 1966 de pie y con una estrella en la frente. Sin abrir la boca y recién salido de la adolescencia, el hábil jovenzuelo consiguió llamar la atención del hombre más poderoso de la isla que decidió adoptarlo en un rasgo de súbito encantamiento filial. No habrá titubeado su padre físico, el diputado socialista por la provincia de Colchagua, Joel Marambio, que participaba de la comitiva del senador y tres veces derrotado candidato a la presidencia de la república Salvador Allende, en aceptar los requerimientos del entonces todavía heroico y aparentemente impoluto comandante Castro. Con un padrinazgo de tantos quilates, su hijo tenía la vida asegurada. Se juntaban, como bien dice el refranero venezolano, el hambre con las ganas de comer.
Es demasiado tarde como para conocer las razones de la súbita e insólita debilidad del “Caballo” por un entonces flacuchento muchachito chileno al que protegería mientras tuvo las riendas del poder y la omnipotencia suficiente como para ejercer de Dios, Padre y Espíritu Santo de la desgraciada isla del Caribe. Conociendo de su astucia y capacidad premonitoria, habrá anticipado mentalmente el triunfo electoral del Dr. Allende en su cuarto intento, para el que aún faltaban cuatro largos años. Tener a su lado a un delfín, que podría serle inmensamente útil a la hora de la revolución socialista en Chile, no habrá dejado de estar presente en sus maquiavélicas consideraciones. Lo cierto es que el G2 cubano, en el que Marambio ha nadado desde entonces como pez en el agua, penetró hasta en los más íntimos resquicios de la vida del desgraciado Doctor Allende. Y en la de su familia. Hasta el momento mismo de algunas de sus muertes.
Que algo de eso habrá pasado por la mente del tirano lo demuestra el hecho de haber enviado al muchacho sin más dilación a hacer sus pinitos en “tropas especiales”, la élite de combate que reunía lo más granado de la inteligencia y la milicia cubanas. En poco tiempo habría asimilado las lecciones de guerrilla urbana y la alta especialización en combate, así como en intrigas palaciegas, espionaje y cuartelazos. Como para que volviera a Chile a hacerse cargo del GAP, la gard de corps del presidente electo y a dirigir a sus 23 años la más delicada de las funciones: proteger la vida de quien hubiera podido llegar a ser el primer presidente socialista del mundo en establecer una dictadura marxista leninista por medios pacíficos y constitucionales. La cuadratura del círculo. Un intento frustrado por las fuerzas armadas chilenas – con uno de los más feroces golpes de Estado del siglo XX latinoamericano– y la reacción de las instituciones de un país que estaba lejos de la congénita debilidad de las repúblicas caribeñas, siempre prontas al realismo maravilloso de delirantes caudillos iluminados.
2 Norberto Fuentes alcanza a describir cuatro espesas trapacerías en las que habría incurrido el coronel de Tropas Especiales cuando luego de asilarse en La Habana y cumplir algunas tareas especiales como combatir en Angola durante tres años hasta obtener algunas de las más preciadas condecoraciones por heroicos actos de combate se dedicara a los negocios, incentivado por el propio Fidel Castro a traer legiones de turistas – sobre todo de exiliados mayameros, para lo cual contó con la ayuda de la Payita Contreras, amante de Allende - y obtener divisas para la castigada economía de la llamada era especial al retiro del respaldo soviético. No fue fusilado, como sus compañeros Arnaldo Ochoa Sánchez o Tony de la Guardia, ni condenado a treinta años de cárcel, como el otro gemelo de la Guardia. No se conocen las razones del privilegio. Al parecer, responsable por la lenidad del Number One, siempre según Norberto Fuentes, habría sido la entonces suegra de Marambio y amante del primer padrote cubano. No sólo sobrevivió a su ira divina ante uno de sus derrapes, sino que obtuvo de Fidel un préstamo más que blando: un millón de dólares pagadero a diez años plazo sin intereses, para que los dedicara al negocio que a bien se le ocurriera. Se le ocurrió la cría de gansos, de los que llegó a tener un millón de ejemplares: uno por cada dólar prestado. Los militares del CIMEX, el emporio capitalista del ejército cubano, se quedaban con la carne y los hígados para el foie gras. Marambio con las plumas.
Difícil saber quiénes y dónde han disfrutado de almohadas y edredones revolucionarios de plumas de ganso made in Cuba. Si en América Latina o en España, hasta donde el infatigable comerciante extendería sus negocios y su residencia, para llevar una vida de Sheikh de las Mil y Una Noches, según cuenta Armando Durán, entonces su amigo y embajador de Carlos Andrés Pérez ante el Palacio Real. Pero fue el comienzo para un vertiginoso ascenso en la escala del enriquecimiento. Mediante la triangulación y la exclusividad obtenida del Estado cubano para el florecimiento de sus empresas, ya convertidas en holding, y de las cuales las más prósperas serían Sol y Son, dedicada al turismo y segunda en importancia en su ramo, y Río Zaza, especializada en el envase de lácteos y jugos de fruta, alcanzó una cifra de negocios anual de alrededor de cien millones de dólares. Con una mano de obra a precios de esclavitud y sin riesgos de complicaciones sindicales, lo que al tratar de humanizar, según el decir de uno de sus gerentes al vespertino La Segunda, de Santiago de Chile, daría pábulo a los juicios que hoy se le siguen. En Cuba – herencia del Ché Guevara – la ley prohíbe incentivos materiales. Imposible también imaginar el laberinto de conexiones, influencias, corruptelas, compras de conciencias y complicidades establecidas entre una nomenklatura corrompida y un ambicioso hombre de empresas dispuesto a romper todas las barreras del éxito.
Ninguna casualidad que ya se hable en La Habana – aunque por ahora sólo sotto voce o por vía de Yoani Sánchez, que el tema es tabú - de más de cien detenidos vinculados al “caso Max Marambio”, que ha reventado a la luz pública internacional con la muerte de dos de sus altos ejecutivos: el chileno Roberto Baudrand, encontrado en el piso de su apartamento del Vedado el martes 13 de abril, y un tal del Río, hijo de otro alto miembro de la nomenklatura cubana aunque jubilado, muerto en una cárcel y del que nada se sabe hasta el día de hoy.
3 Poco importa a estas alturas si la apertura del caso Marambio por la fiscalía cubana es parte de la retaliación del régimen contra el ex valido, considerado culpable de la candidatura de Marco Enríquez Ominami, dirigido y financiado por Max Marambio, que según el castrismo favoreciera indirectamente el triunfo de Sebastián Piñera, del que los cubanos esperan - y Dios quiera que con suficientes razones - las mayores desgracias.
El problema no radica, pues, en las consideraciones fisiológicas o de medicina legal que terminan en la sorprendente renuncia de la esposa a someter el cadáver de Baudrand a una segunda autopsia, una vez seguro – así sea bajo la forma de un cadáver – en un país en donde prima a plenitud el estado de derecho.
La elasticidad moral de Max Marambio parece haber encontrado, por fin, un punto de quiebre. No importa si su insólita y descomunal riqueza, sus privilegiadas relaciones políticas, económicas y sociales y su maravillosa versatilidad a la hora de navegar en los mares de todos los colores le permiten solapar el crimen de Baudrand, las penurias de quienes siguen encarcelados y salir ileso de una carrera más bien tortuosa. El cariz político de la persecución a su figura y sus empresas – el eclipse de Fidel y el ascenso de Raúl, su enemigo jurado – así como la jugada por hacerse de un peón de batalla en la figura del hijo de su compañero de juventud Miguel Enríquez, no encubren el lado sórdido y ominoso de una riqueza habida en condiciones de contubernio con una tiranía que comienza a dar sus últimas bocanadas.
Valdría la pena volver a preguntarle a Max Marambio, cuando ya parece haber perdido los favores del régimen castrista y nada tiene que perder confesando sus pecados, si no caracterizaría esta vez a la cubana como una dictadura. Y de las más siniestras. ¿O razones de Estado - valga decir: de negocios - lo obligarán a guardar silencio hasta su último suspiro? The answer is blowing in the wind…
Etiquetas: Chile, cuba, Derechos Humanos, Marco Enriquez Ominami, Max Marambio, Roberto Baudrand, Yoani Sanchez
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