miércoles, 17 de octubre de 2007

El voto pendejo

Para los que no saben, en Venezuela el voto no vale nada, porque el fraude le tiene asegurado el triunfo a Chávez. Me gusta la crítica que le hace Rafael Poleo a Rosales y a Petkoff.
En defensa de este pobre y miserable Voto Pendejo
Rafael Poleo - Péndulo Revista Zeta
Los dirigentes de la oposición formal no tienen derecho a exigir incondicionalidad a sus electores. Éstos tienen serias, profundas y graves objeciones y temores, todos bien fundamentados. Las explicaciones que se han dado son insuficientes, y si eso lo sumamos a los deplorables antecedentes, se deben comprender y satisfacer las preguntas que se hacen. La oposición formal, esa cuyo vocero es el gobernador Manuel Rosales, se ha atrevido, por fin, a tocar el punto doloroso de las votaciones que se van a realizar el próximo diciembre.
No ha ido directo al centro del problema. Ha tanteado, apenas, la periferia. Pero está en el área, lo cual quisiéramos, en esta lamentable orfandad en que vivimos, mirar como un indicio de alguna reacción que no tengamos que llamar tardía, infeliz o equivocada, como han sido hasta ahora las de esa oposición, o simplemente simbólica mero saludo a la bandera.
El problema está allí, en las condiciones para votar, que los ciudadanos de escasas luces, entre ellos este humilde cronista, consideramos humillantes -decir inaceptables no describiría con propiedad la sensación que experimenta un humano común que todavía se siente toro, cuando lo llevan al brete donde se procederá a su emasculación, para volverlo o buey.
Claro que eso nos pasa por ser brutos. Pero nosotros, los idiotas, los memos, somos casi la mitad de la población. Ellos, los superdotados, los genios, los que nunca se han equivocado ni han fallado en la tarea elemental de asegurar que sean equilibradas las condiciones en las cuales se va a las mesas, los exitosos expertos en blindajes, los que siempre han defendido con valentía y hasta el último ergo de sus fuerzas este "voto pendejo" en el cual nos hemos vuelto diestros por no decir viciosos, ellos deberían descenderle su olimpo y contamos de la manera conmiserativa con que se habla a los infradotados ya los párvulos, con ese reconfortante estilo de superioridad que les viene avalado por una vida sin equivocaciones ni vueltas de chaqueta, explicarnos, pues, cómo es que esta vez sí pueden garantizarnos que no hay quiquirigüiqui.
Porque hasta ahora lo que hemos te nido no es para animar ni al doctor Panglos resucitado. No es por joder, sino porque la memoria es cosa orgánica alojada en las circunvoluciones cerebrales, que no podemos olvidar la indiferencia conque estos dirigentes, desdeñando -porque son desdeñosos- todas las advertencias, convivieron en una Coordinadora Democrática visiblemente minada por los agentes del Gobierno.
No es por suspicaces que una sensación de incomodidad nos invade cada vez que recordamos al prestigioso súper-gerente curtido en las sórdidas negociaciones de una industria donde toda vagabundería tiene su asiento, asegurándonos que eso estaba blindado.
No es por tirria -no puede serlo tratándose de amigos- que conservamos en esta memoria atormentada y atormentadora las imágenes de Enrique Mendoza abrumado por la traición de quienes no le trajeron las actas probatorias del fraude, de Henry Ramos convenciéndonos de que cambiáramos la protesta cívica por la protesta judicial que nunca se produjo, de Manuel Rosales en aquella Noche Triste donde tiró al albañal el prestigio que entre todos le habíamos construido y que ojalá, ojalá, ojalá. pueda recuperar cuando en trance parecido comparezca ante el país el próximo diciembre -quizás debe escuchar a alguien distinto de aquel a quien escuchó esa Noche Triste.
De momento, el tema se ha tocado sólo en su periferia. Rosales exige a Tibisay Lucena, presidenta del CNE, un comportamiento equilibrado, y que si no renuncie. Como gesto está bien, pero ése no es el problema. El problema es el CNE todo, que es militante chavista-no excluyo al séptimo, opositor supuesto que cada tanto, así como programado, hace una ridícula protesta sobre algo accesorio, que no ofenda al Supremo.
Cada uno de esos siete integrantes está allí cumpliendo una misión política. Pueden cambiarlos y los nuevos tendrán las mismas instrucciones. Están allí para eso y «No se le pueden pedir peras al horno», para decirlo a la manera de Hugo.
Después está el Registro, con 4 (cuatro) millones de nombres chimbos. Y las máquinas, de las cuales se ha demostrado que son programables. Pero incluso ese corozo podríamos monearlo, y hasta de nalgas, como dice una áspera cuan certera expresión llanera, si del lado de acá hubiera cojones para defender el Voto Pendejo.
Sin ofender a nadie, pero es que no tenemos razones para confiar, dicho sea a la inversa, para que no sea tan duro. Con medio siglo de reporterismo político, de intimidad con los más grandes políticos que ha dado este país, con lecturas y experiencia, con todo lo que un reportero político puede necesitar para entender las cosas, este viejo cronista que no aspira a ser más que eso, simplemente no entiende, a un año de una experiencia tan desconcertante. porqué el doctor Petkoff dedicó el último día hábil para hacer campaña por Manuel Rosales en las elecciones del Diciembre Negro, a proclamar que no sería su candidato, sino Hugo Chávez, quien ganaría el domingo, y que los venezolanos debíamos preparamos a aceptar eso con espíritu democrático.
Agregó que él había tenido 23 intervenciones radiales y declaraciones de prensa ese día para decir eso. Lo escuché a las once y media de la noche en el programa de César Miguel Rondón y no pude dar crédito a mis oídos. Llamé a la emisora para aclararlo y me dijeron que sí, que eso había dicho el doctor Petkoff. ¿Cómo no va uno el pendejo a asustarse por lo que dirá esta vez el doctor Petkoff? ¿Cómo no va a preguntarse con quien se aconsejará Rosales antes de dirigirse al país cuando se conozcan los resultados del próximo diciembre?
Son muchos los intereses de toda índole, personales y grupa les, que se juegan en estas curiosas votaciones. Por supuesto que uno los conoce, pero prefiere no decirlos. No es el oficio de uno echarle a perder sus negocios a la gente. Esos intereses pueden ser hasta legítimos. Lo que angustia es que, cuando uno hace la lista de ellos y ve cuáles se defienden más que otros, el último o el que no parece importarle a nadie, es la necesidad de un cambio político hacia la democracia. Este Voto Pendejo, que a fuerza de tal quisiera ilusionarse, está abierto a que le convenzan de que está absolutamente equivocado.

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