viernes, 20 de julio de 2007

Venezolanos abren una patria chica en Canadá

Tanto que los países latinoamericanos necesitan profesionales capacitados, y la hostilidad de nuestro gobierno venezolano hacia estos valiosos profesionales hace que emigremos, increíble pero cierto. Esto solo pasa en la “pobre para la mayoría, y rica para pocos” Venezuela.
vdebate reporter
Venezolanos abren una patria chica en Canadá
Por Joel Millman
The Wall Street Journal
FORT MCMURRAY, Canadá
Antes de que dejara Venezuela en abril por este puesto petrolero en el norte de Alberta, Canadá, Freddy Méndez oyó historias sobre el frío invierno que congela los huesos. Desde que llegó al pueblo, ha visto dos osos negros en su vecindario. Sin embargo, lo que le ha resultado más difícil es acostumbrarse al sol de media noche.
"Uno trabaja mucho cuando el sol no se pone sino hasta las 11 de la noche", dice mientras bosteza. "Pero es muy difícil acostar a los niños".
Este ingeniero de 45 años es parte de una creciente colonia de venezolanos expatriados que aseguran que fueron enviados al exilio por un gobierno hostil. Muchos aseguran que fueron purgados luego de una prolongada huelga en 2002 en Petróleos de Venezuela, el gigante petrolero estatal conocido como PDVSA. Muchos de los recién llegados inicialmente encontraron empleo en las petroleras extranjeras en Venezuela en 2003, pero perdieron sus puestos luego de que Hugo Chávez tomara el control de los activos de las compañías. Se autodenominan los "dos-veces despedidos".
La gélida y remota Alberta se ha convertido en uno de los enclaves venezolanos de mayor crecimiento, compitiendo con sitios más cálidos como Weston, Florida, en las afueras de Miami, y Sugar Land, Texas, cerca de Houston. Ahora, hay cerca de 3.000 familias venezolanas en Alberta, muy por encima de las aproximadamente 800 que había el año pasado. Algunas personas en Alberta llaman a Evergreen, un complejo de viviendas en Calgary, "Vene-green" debido a las 100 familias venezolanas que han comprado casas ahí y colocan banderas venezolanas en los espejos retrovisores de sus autos.
Los recién llegados distan de ser inmigrantes pobres. Muchos tienen una larga experiencia en los campos petroleros y han conseguido empleos en refinerías canadienses con salarios que superan los US$100.000 anuales. Los ejecutivos canadienses aprecian la capacidad de los venezolanos de aplicar técnicas desarrolladas en América del Sur, donde los depósitos de petróleo de la faja del Orinoco son explotados de forma muy parecida a las arenas del petróleo en Alberta.
Otros venezolanos siguieron a sus familiares a Canadá y encontraron oportunidades. Uno de ellos fue Orlando Morante, quien abrió un club nocturno en Calgary, el Conga Room. Este pasado invierno, un instructor de karate oriundo de Venezuela lideró a la delegación de Calgary a una competencia internacional de artes marciales en Tokio. Los recién llegados tienden a ser bilingües y suelen llegar con suficiente dinero para comprar algo en los florecientes mercados de bienes raíces de Calgary y Edmonton.
La pérdida de tantos trabajadores calificados ha sido un duro golpe para PDVSA. Desde que Chávez llegó al poder en 1999, la producción petrolera de Venezuela ha bajado de 3,1 millones de barriles diarios a 2,4 millones de barriles al día, a pesar de los altos precios, según estadísticas del gobierno de EE.UU. (Venezuela ha acusado constantemente a EE.UU. de subestimar la producción de PDVSA de los últimos años.)

La pérdida de Venezuela es la ganancia de Alberta. La industria petrolera de la provincia sufre una escasez permanente de trabajadores calificados y las compañías canadienses reclutan profesionales en el extranjero. Champion Technologies, que tiene una unidad perforando en la faja del Orinoco, llevó empleados al norte. Lo mismo hizo SunCor Energy Inc., que tiene cerca de 100 venezolanos en su nómina. Jacobs Canada Inc., la unidad local de la compañía de ingeniería estadounidense, mandó equipos de reclutadores a Caracas para realizar entrevistas, regresando con decenas de veteranos de PDVSA.
El remoto Fort McMurray, a unos 766 kilómetros al norte de Calgary, es el punto de entrada más expedito para familias petroleras que buscan un refugio canadiense. Hay muchas vacantes sin cubrir. Cuando se empezaron a desarrollar las arenas de petróleo en 1967, el pueblo tenía apenas 4.000 personas y unas pocas calles pavimentadas. Ahora tiene más de 65.000 residentes, incluyendo unas 200 familias venezolanas, un alza frente a las 30 de hace un año. Los complejos habitacionales en los suburbios se han extendido hacia las colinas boscosas que abrazan los bancos del río Athabasca.
Los venezolanos mantienen lo mejor que pueden su cultura, importan pimentones y preparan las tradicionales cachapas con maíz canadiense, que es más delgado que la harina que usan en Venezuela.
Los residentes locales dicen que el son de la salsa es la mayor contribución de los venezolanos a la calidad de vida de Fort McMurray. Hartos de los días sin sol, los motores congelados por el frío y maridos que pasan largos turnos trabajando en la refinería, hace dos inviernos Marifé Valderrama fundó Baile Terapia en el sótano de su casa. Ella y sus amigas bailan durante horas al ritmo de cumbia, merengue y reggaetón. Se empezó a correr la voz y al poco tiempo las canadienses querían unirse al grupo. Valderrama, bailarina profesional de 31 años, trasladó Baile Terapia a una cafetería en una escuela y ha empezado a dar clases para parejas y para grupos de mamás con sus bebés.

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